Urge acuerdo sobre Consenso de la Política
Gobierno y Oposición no logran encontrar la ruta común.
La profundización de la crisis
venezolana, es el pozo oscuro de un aljibe de sedimentos, en el cual, la
historia de su contingente humano, transita la senda de búsqueda de una
identidad. Un grupo humano, cuya población combina variadas formas de
narrativas, a veces coincidentes en un relato que logra legitimarse, durante
periodos de corta estabilidad, para retornar a su signo característico: la
fuerza indeterminada de una ausencia de memoria histórica, que apunte y
proyecte, un imaginario colectivo sólido y no a la esperanza de la acción
milagrosa de un héroe.
La realidad actual, es resultado
de una caótica confluencia de abigarradas propuestas, en busca de legitimación
de un relato unificador, con premisas harto contradictorias. En nuestra
sociedad, coexisten quienes visualizan un orden social mezcla de marxismo
autoritario en donde se debaten a lo interno el trotskysmo, con el
autoritarismo stalinista y las versiones latinizadas como la cubana. Coexisten
además, las interpretaciones de la social democracia lasallista junto a formas
de la tradicionalidad religiosa clásica fundadas en la ética protestante y la
compañía de Jesús, entre otras, pero estas, expresan las raíces fundamentales
de nuestro ideario político y ciudadano en conjunción de formas definitorias de
convivencia social.
Con esta complejidad no es
difícil imaginar las complicaciones que suponen la construcción de algún
proyecto y en particular, la formación de acuerdos. Esta condición, a mi
juicio, comporta –si el lector está de acuerdo en compartir este aspecto- una
de las causas primarias, dentro de un conjunto complementario de variables históricas
y culturales, pero también, otras de índole biogenéticas ubicadas en la
diversidad de nuestro origen. El
resultado ha sido un palimpsesto
continuado de Estados, Repúblicas, revoluciones y gobiernos, cuyo estiércol de
carencias, visión futura y responsabilidad generacional, se subalterna a los
apetitos personales, que subsisten, de la herencia depredadora colonial, bajo conductas sociales
y políticas que reproducen vicios y degradaciones, del interés colectivo en pro
de la indidualización de grupos de dominación, alternados sin orden político ni
ideológico. Solo prevalece, la influencia y retrato del militarismo cuando
recorremos este paisaje.
Este punto de partida, es el
referente, para intentar dar legitimidad a una causa urgente por construir y consolidar.
Venezuela, no es diferente a los países vecinos en su devenir, sin embargo,
todos viven un rostro común; ser el escenario donde converge la cotidianidad en la cual, se expresa la dicotomía eterna vivencial y existencial:
impulsar la libertad o crear dominación. Estas dos realidades dialécticas,
promulgan una constante lucha por construir un orden de vida que caracteriza
las sociedades. Pero ningún país ni sociedad, lo ha hecho, sin superar la
historia particular de los pueblos y de sus conexiones internacionales, para
construir un sistema de convivencia que sea el producto del esfuerzo y consenso
de todos, donde se defina, que se espera de vivir en el mismo territorio y
pertenecer a un determinado gentilicio, cultura e historia.
Este aspecto, se hace central y
es nuestro problema. Se le llama identidad.
No es el resultado de una imposición grupalista-partidista, ni la
implementación por la fuerza o de la aplicación de avanzados esquemas del
manejo de grupos humanos con la psicología de masas, pos-verdad y Biopolìtica,
para sostener una forma de dominación; ni tampoco, el resultado de fórmulas
populistas donde la confrontación con un enemigo imaginario, convulsiona hacia
el adefesio de la hegemonía, con un significante vacío de historia y realidad
de progreso y bienestar para todos,
incapaz de asignarle un alto valor social al desempeño laboral,
acometido voluntariamente, donde las actitudes laborales y el trabajo efectivo
sean la diferencia y no, la dependencia a las dádivas o al oportunismo.
Esta narrativa, pretende
argumentar la necesidad de legitimar un lenguaje común en el acontecer de la
política. La crisis de gobernabilidad, las divisiones y heterogeneidad de las
clases dominantes así como la fragmentación de criterios y objetivos políticos
de los sectores de oposición acentúan e imposibilitan el llamado a un acuerdo
de supervivencia. Compatriotas de ayer y hoy, en su inmensa mayoría, han vivido y continúan haciéndolo, en medio de una pobreza lamentable, que contrasta con la riqueza natural y de recursos depositados en su territorio junto al potencial que ello encierra. La imposibilidad de lograr constituir un Estado y un Gobierno consecuente con la misión histórica de formar ciudadanos responsables en
lo interno, opera en sentido inverso a la disposición de la comunidad
internacional y apetencias de países vecinos de favorecerse del desorden e
incompetencia de los venezolanos para decidir su destino. Y no solo somos los
que habitamos en él, sino el contingente que huye, los militares pillos, los
politiqueros de ambos bandos, el oportunismo generalizado y la inacción fundada
en la impotencia de los liderazgos colectivos que esperan resucite un héroe de
la nada en lugar de constituirnos todos en eso.
Tanto la comunidad política como
los grupos económicos, pero lastimosamente, la clase ocupacional y los
dirigentes de las organizaciones de la clase trabajadora, no atinan en un
encuentro existencial de urgencia. Las universidades y sus dirigentes, pero por
igual las Autoridades, no escapan de los mismos problemas re potenciados en el
silencio cómplice de la frustración y el enojo escondido en la comodidad de lo
inmediato. Un escenario, capaz de crear resultados insospechados y de los
cuales habremos de arrepentirnos por no saber ni desear, sobreponer lo urgente
a las conveniencias personales. Hay un grito generacional que clama por la
respuesta de actores que están agotados. El panorama es preocupante y la
alternativa está extraviada en el horizonte de un acuerdo interno que se aleja
a medida que nos acercamos buscándole.